Mirada serena, voz cálida y mente despierta. Un maestro en la piel de un joven brillante al que aún le queda un largo recorrido.
Aún no ha cumplido los 30 años pero habla con la madurez y la experiencia que otorga toda una vida dedicada a la música.
Ramón Bassal (Barcelona, 1988) lleva la tradición musical en la sangre. Un padre chelista profesional con una madre bailadora de flamenco. Música y danza, en una alianza idónea para crear un ambiente propicio al arte. “Yo me he convertido en músico por inercia, dado al ambiente artístico en el que he nacido”, comenta mientras rememora un hogar de infancia lleno de músicos, bailarines, cantantes y lutieres en un ambiente natural.
“Recuerdo des de pequeñito escuchar a mi padre tocar el violonchelo con un sonido muy peculiar, cálido y profundo que explicaba a través de las melodías la belleza del pasado. Y añade con nostalgia: “Me despertaba un sentimiento muy auténtico de apreciar el país y su belleza, una forma de vivir que lamentablemente ahora está desapareciendo”, asegura. Ramón fue un músico precoz y heredó la pasión por el instrumento: “Siempre he querido recrear ese sonido de mi padre”. Unos recuerdos entre conciertos y fiestas, rodeado de músicos: “Cuando tenía sueño, cogía dos sillas y me hacía una cama”, explica con una sonrisa.
“Me he convertido en músico por inercia, dado al ambiente artístico en el que he nacido”
Como su padre, Ramón Bassal estudió violonchelo -y también piano- más allá de nuestras fronteras tras su paso por Suiza donde estudió con Tomas Demenga en la Musik Akademie de Basilea, en Lisboa en la Academia Metropolitana con Paulo Gaio Lima y en Amsterdam en el Conservatorio con Mick Stirling. También piano en la prestigiosa Academia Marshall de Barcelona donde tuvo la oportunidad de tener clases con la célebre pianista Alicia de Larrocha. Este vaivén de países le ha permitido explorar nuevos horizontes aunque siempre conservando sus raíces mediterráneas. “Mi inspiración siempre me ha venido de aquí a pesar de las experiencias de fuera”, asegura Ramón en el proceso de interpretación de una pieza musical. Obras barrocas, clásicas, románticas y contemporáneas… no hay partitura ni estilo que se le resista aunque la composición, por el momento la mantiene en segundo plano. “Me gustaría componer pero, el mundo de hoy tiende a la especialización, es necesario centrarse en algo y lo mío ahora es la interpretación”, recalca contundentemente. “Yo más que un escritor soy un actor”, confiesa.
Como los actores, Ramón Bassal es un transmisor de emociones a través de la música y su canal de comunicación es el violonchelo. “Mi obligación es transmitir lo que el compositor sentía. Es importante hacerle llegar al público el mensaje del compositor”, afirma. Para esta misión, Ramón se prepara a conciencia cada pieza. “Ensayo unas 5 o 6 horas diarias y si algún día no toco encuentro que falta algo”, asegura. Su vinculación con el instrumento es de vital importancia: es una prolongación más de su cuerpo. “Mi estado de ánimo corresponde a como mi instrumento suena y si el instrumento que yo toco no está sonando bien, me empiezo a encontrar mal”, remarca. Y añade: “es mi voz y es mi cuerpo”. A veces, el sonido del chelo también depende del lugar donde se toque. “Cuando en Amsterdam se pasa una semana entera lloviendo, el instrumento empieza a sonar mal. En cambio, cuando llego a Barcelona, siempre se recupera. Se nota que es un instrumento mediterráneo y está contento aquí”, comenta de manera anecdótica. Puestos a interpretar alguna pieza, “Bach nunca falla”, asegura aunque reconoce que depende del momento y del estado de ánimo.
«Mi mayor recompensa es haber sido capaz de transmitir el mensaje del compositor y de crear esos momentos mágicos e irrepetibles»
Al ser parte de Ramón, el instrumento tiene que tener unos valores que vayan acorde con la persona que lo interpreta. No vale cualquier cosa. “La calidez, la proyección, el espectro de colores musicales… un buen instrumento te educa”, asegura. “Para mí, tener un buen violonchelo me hace tocar mejor y me hace sentir mejor porque su potencial es ilimitado”, resalta. ¿Sobre lutieres? Ramón no tiene un referente preferido. Aun así, hace alguna excepción cuando se trata de una obra artesana y artística del lutier catalán, David Bagué. Amigo de Ramón y de su familia desde la infancia: “¡Qué voy a decir de David! ¡Si los mejores músicos del mundo tienen sus instrumentos!”, comenta de forma animada.
Conciertos, competiciones, recitales, clases magistrales… en cada audición siempre hay un preliminar. Un rito de preparación ineludible para Ramón Bassal. “Me preparo con mucha antelación, poniéndome en situación. Me imagino tocando y explorando el mensaje que quiero transmitir al público”, explica. El instrumento también hay que prepararlo antes de cada audición: “Mi ritual es pasar el arco”. Por último, la indumentaria también es esencial: “Es importante vestirse bien para disfrutar de un momento excepcional en una atmósfera única. Ir bien vestido es un símbolo de respeto hacia lo que se va hacer y en mi caso, si no voy bien me da inseguridad”. Aun así, Ramón reconoce que lleva bien la tensión del último momento: “Los nervios pueden crear momentos mágicos. Te dan ideas y hacen que te expreses con más potencia e intensidad”. Emociones que se viven en directo: “El sentido del tiempo desaparece por completo y entras en un mundo con un ritmo distinto y universal que conecta con la esencia del sentimiento humano. Su mayor recompensa es “haber sido capaz de transmitir el mensaje del compositor y de crear esos momentos mágicos e irrepetibles”, asegura.
Ramón Bassal prosigue su trayectoria con paso firme y su sensibilidad musical traspasa las fronteras del mundo real. “A veces sueño en determinados momentos de un concierto futuro”. Y concluye: “Mi responsabilidad es heredar lo que otros artistas han dejado y transmitirlo en el escenario. Esa es la grandeza del artista”.